El macho ibérico, no confundir con el caballero español, pese a la coincidencia del hábitat,puede llegar a desquiciarse. Y a convertirse en un depredador. No es que todos los machos ibéricos sean violentos, pero los caracteriza una posición condescendiente y posesiva hacia la mujer. Y quien dice mujer dice hembra.
Hablamos pues de una suerte de violencia implícita. Y de un complejo de superioridad que degenera en relacionarse con las mujeres desde un cierto orgullo jerárquico y desde una ambición reproductora.
El macho ibérico, hecha excepción de su madre, o de sus eventuales hermanas, divide a las mujeres entre las que se tiraría y no se tiraría. Es lo que decía Berlusconi, espécimen del macho trasalpino. Decía que la Merkel tenía un culo mantequilloso e infollable.
Y pasó a suprimirla de sus pulsiones. Berlusconi podría ser un macho ibérico, se me ocurre. Por estatura. Por actitud. Y por esa eterna adolescencia que puede cultivarse y eternizarse ahora con recursos químicos.
El macho ibérico considera de nenazas hacer las tareas domésticas. Ni cocina ni recoge la mesa. Ni cree que los niños necesiten otras atenciones que el fútbol y la play. Y concibe que las mujeres han nacido para servirle. Le habilita una suerte de derecho natural que convierte a las mujeres en una categoría inferior.
Hablan pueden hablar, las mujeres. Pero el macho ibérico no les hace ni puto caso. Y ese es el problema cultural, el hábitat que debe transformarse para que el 8M tenga un sentido a partir del 9M.