Pide el Papa una solución pacífica y previene contra el derramamiento de sangre. Lo suponíamos. Imaginaos que dice lo contrario: hágase la guerra y la sangre.
Pero también podría haberse distanciado de Maduro. Haber denunciado la tiranía. La extorsión. Los crímenes de Estado. La corrupción.
¿Por qué no lo ha hecho? Fundamentalmente porque Francisco es un líder bolivariano. Con hábitos pontificios e incienso, es verdad, pero sensible a la doctrina social del chavismo y reacio al auge del liberalismo en Lationoamérica.
Venezuela es uno de los últimos bastiones del anticapitalismo. Y uno de los últimos bastiones en general. Una dictadura feroz cuyo presidente envuelve en resistencia al colonialismo norteamericano. Ahí también se reconoce este Papa. Y en el populismo.
No, no reconoce Bergoglio a Guaidó. Reconoce a Maduro, de forma que no puede hablarse de neutralidad, sino de complicidad con el régimen. El prestigio del Vaticano, allá donde lo tenga, otorga tanto oxígeno a la dictadura como la que están proporcionando Rusia, China o Irán.
Al fin y al cabo, Irán es una teocracia, como el Vaticano. Y un insólito aliado geopolítico en la causa venezolana que retrata la anomalía de la Santa Sede, ahora que su titular, Francisco, se ha desplazado al medievo religioso de los Emiratos en un viaje ecuménico.
En lugar de encubrir a los sátrapas del Golfo, bien podría desenmascarar a Maduro