Es el problema de los partidos bisagra. Que no se sabe hacia que lado abren la puerta.
Y no por falta de cualidades. Que las tiene. Un partido liberal en lo económico y progresista en lo social. Un freno al independentismo. Un azote a la corrupción.
Añadiríamos que es un partido patriota, pero también patriotero. De otro modo, no hubiera accedido Rivera a fotografiarse con Casado y Abascal en la mani de Colón.
La imagen amenaza con tranformarse en la foto de las Azores del líder naranja, sobre todo porque ha servido para acuñar la derecha trifálica, tricéfala y tricornia.
Ciudadanos se resiente tanto de su volatilidad que ha perdido casi 15 puntos en diez meses. Recordad cuando Rivera se postulaba como favorito a la Moncloa.
Por eso no es fácil indultar a los votantes de Ciudadanos. No se sabe cuántos son, quienes son, dónde están, más allá del estereotipo urbanita, clase media, profesionales libres, autónomos, público universitario.
Les desconcierta su timonel. Más todavía después de haberle creado un cordón sanitario al PSOE. Y de haber perdido la brújula de la moderación. Rivera no transige en su aversión a Sánchez, pero el dogmatismo le amenaza con una fuga de votos en el centro izquierda.
Ni rojo ni azul, es Ciudadanos. Ciudadanos es naranja. Un color demasiado ambiguo en tiempos de política polarizada, a no ser que los partidarios de Ciudadanos sean daltónicos.