Vais a permitirme que indulte a un amigo difunto. Y a un colega cuyas inquietudes tanto le llevaron a crear PhotoEspaña coma a fundar una editorial cultural, la Fábrica, como a promover una revista, Matador, cuyos años de existencia equivalían a las letras del abecedario.
Cada año, desde 1995, aparecía un ejemplar extraordinario identificado con una letra, pero Alberto Anaut, nuestro indultado, mi amigo, el vuestro, acaso ignoraba que la cuenta atrás coincidía con la cadencia de su propio reloj de arena.
Está por salir en número Z, 28 años después, 28 números después. Y por terminarse una aventura al tiempo que se consume una vida. Y fue la de Alberto una vida dichosa. Un hombre de muchos saberes. Un hedonista.
Y un esteta a quien gustaban los toros y el boxeo, tanto como la literatura, la arquitectura, el cine y el vino. Un conservador cálido. Un tipo de excelente sentido del humor y de cualidades humanistas.
Vestía con elegancia Alberto. Esmeraba la selección de las gafas. Esas monturas de madera que venían de París. Y cuyo cosmopolitismo no contradecía su campechanía en su casa de campo segoviana.
Sabía comer lechazo con las manos Anaut, quiero decir, igual que sabía persuadir con las palabras. Y mostrar la ternura de unos ojos pequeños y claros provistos de una lucidez que se ha extinguido, de la A de Alberto a la doble Zeta de Zinedine Zidane, que Anaut era del Madrid.