No sé qué hacer con el expediente de indulto de Ana Obregón. Aquí lo tengo delante, dudando si comportarme con indulgencia o si hacerlo con sentido de la justicia. Y en este sentido, declarar que la maternidad subrogada de la actriz es una excentricidad, una frivolidad y hasta un delirio.
No contribuye a la credibilidad de esta locura haberla convertido en una exclusiva de Hola. Y hace bien la revista en haber financiado a la Obregón, pero hace mal ella en mercadear con un asunto personal tan serio.
Serio porque Ana Obregón busca un remedio a la ausencia de su hijo. Y podemos comprender la angustia y el desasosiego de los padres que entierran a sus herederos, pero no podemos condescender con quienes buscan remedios prometeicos como solución al duelo.
La propia Obregón ha decidido que la hija debe llamarse Ana, como ella misma. Delatando así la expectativa de la inmortalidad. Y tratando de sustraerse a los años que tiene -68- y al desamparo y orfandad que esperan a la niña que ha nacido en Miami y que se ha dado a conocer prematuramente al mundo en una portada de la prensa del corazón.
Es un disparate la carambola de un nacimiento que convierte a Ana Obregón en madre y abuela al mismo tiempo, aunque podemos agradecerle que haya reanimado el debate político y mediático de la maternidad subrrogada. De la que soy partidario, pero nunca desde los presupuestos que aparecían retratados en la portada del Hola.