Procedo al indulto de Carlos III, o de Carlos Tintero, como tú mismo lo definiste o clasificaste en los preliminares de la España que madruga. Repetimos...
Y tengo para mí que el sucesor de Isabel II reviste el peligro de que no nos los tomemos en serio. O sea, lo mismo que hacíamos cuando era el eterno aspirante. Y lo considerábamos una especie de teleñeco.
No ayuda en España el nombre que ha adoptado. Carlos III nos suena a alcalde de Madrid, a Borbón de escopeta e impostura ecuestre, pero sobre todo a brandy revenido. Y reviste al nuevo monarca de las connotaciones etílicas que su familia ha convertido en tradición.
No acierta Carlos III ni con el tintero ni con los días en que se encuentra. Parece desorientado. Y no termina de ayudarlo el trajín del vestuario. Hasta tres veces ha cambiado de ropa un mismo día.
Ni que fuera Sergio Ramos, quiero decir, aunque el aspecto más divertido del proceso sucesorio atañe al enfoque de los medios republicanos y al protagonismo de los psicólogos que circulan por los platós.
Aquellos, o sea, los medios republicanos, enfatizan los malos modales del rey, su forma de tratar al servicio, su perfil caprichoso, el gatillo fácil con los despidos como si no pudiera desprenderse de los resabios del colonialismo, mientras que los psicólogos aluden a la impaciencia, a los problemas de autocontrol. Y al esfuerzo de hacerse humano dejando escapar unas lagrimillas.
Tengamos un poco de paciencia y hasta de humanidad. Carlos es un señor mayor al que se le ha muerto la madre.Y a quien ha caído sobre la cabeza una corona de espinas que puede desangrarlo, aunque el aspecto más inquietante del inicio del reinado acaso sea el insólito parecido físico que ha adquirido con Isabel II en las últimas horas.
