Puede que uno de los mayores aciertos de Felipe VI en su reinado accidental y accidentado haya consistido en recelar de los cortesanos, cuando no evitarlos y alejarlos lo más posibles.
Un cortesano es un magnicida encubierto, un monárquico impostado, un aliado bastante peor que un republicano a cara descubierta. Los describe muy bien el bufón Rigoletto es la ópera homónima de Verdi.
"Cortesanos, vil raza, rastrera, a qué precio vendisteis mi bien"
Porque los mismos cortesanos que otrora aplaudieron el repudio de Felipe VI a su padre son los que ahora exigen el final del exilio, como si el archivo de la causa en Suiza equivaliera a una absolución.
Y no, no ha sido absuelto Juan Carlos I. No se ha probado que los 100 millones recibos de Arabia Saudí fueran la comisión del AVE, pero sí un regalo, como si pudiera considerarse una limosna y como si no fuera suficientemente grave habérselos escondido a Hacienda.
Podrá volver Juan Carlos I, pero no porque se haya limpiado su imagen
Podrá volver Juan Carlos I, pero no porque se haya limpiado su imagen. La inviolabilidad y la prescripción le han eludido las penurias penales, pero no le sustraen de la ejemplaridad, ni de la lujuria, ni de la codicia, ni del borboneo ni del tratamiento privilegiado con el Fisco.
Por eso conviene matizar la euforia de los cortesanos. Y por eso hace bien Felipe VI en alejarlos. Van a terminar pidiéndole que devuelva la corona a papá.