Después de haber indultado el cannabis y de haber hecho lo mismo con la prostitución, una oyente desairada me ha preguntado si lo siguiente que iba a hace es indultar la eutanasia. Y en efecto, lo siguiente que estoy haciendo es felicitarme de que se haya convenido la despenalización.
Urgía hacerlo. Urgía reconocer que el castigo a los cómplices de un suicidio asistido es un reflujo oscurantista. Se antoja sarcástico negar la muerte voluntaria a quienes no tienen medios ni facultades para administrársela, más todavía cuando los motivos que se arguyen provienen de principios religiosos y morales tan discutibles como la definición sagrada y heterómana de la vida.
Despenalizar la eutanasia no significa frivolizar con la muerte, sino ofrecer una respuesta normativa a situaciones extremas. Por eso el texto saliente debería alojar no solo la proclamación ideológica de un Estado que alivia el tormento del valle de lágrimas, sino las plenas garantías de información y de transparencia de quienes han asumido una decisión irreversible. Y de quienes así la dispusieron antes de perder las facultades elementales.
No hay viaje de vuelta. Y es justo proporcionar cuidados paliativos voluntarios, así como soluciones terapéuticas en el trance del "acompañamiento". Ningún paciente debe sacrificar su vida porque se observe a sí mismo como una carga a los demás y al Estado, pero ninguna ley puede castigar la decisión o la voluntad de cortar los hilos, mucho menos represaliando a los cómplices.
La eutanasia tiene mejor aceptación que el aborto en la sociedad española. Incluso entre los ciudadanos que se declaran católicos practicantes, aunque la posición de la Iglesia es inequívoca, igual que ocurre con las demás religiones monoteístas. Impresiona descubrir cuánto temen la muerte las confesiones que prometen la vida eterna...
Eutanasia, suicidio asistido. Tanto vale una fórmula como la otra para asomarnos al tabú de la muerte. Y para afrontar la necesidad de legislar sobre ella con transparencia, rigor y sensibilidad, incluyendo la objeción de conciencia. Y predisponiendo una "campaña" de sensibilización respecto a la normalización del testamento vital: dejar escritas unas voluntades como medida preventiva a un accidente, a un proceso degenerativo o demencial, de tal manera que la última decisión no recaiga en el arbitrio de los familiares ni allegados.