Procedo al indulto de Ignacio Garriga, ya sabéis, el candidato de Vox a las elecciones catalanas. Y uno de los clarísimos ganadores, hasta el extremo de que el partido de ultraderecha ha logrado más escaños que el PP y Ciudadanos juntos. Once en total, como un equipo de fútbol.
Garriga es el capitán. Y la coartada escénica con que Vox reniega o abjura de su reputación de partido racista o xenófobo. Pero vamos a ver, señores, cómo va a ser racista un partido cuya cabeza de lista en Cataluña es negro, acostumbran a precisar los ideólogos de Abascal.
No me convence la tapadera ni el ejercicio de encubrimiento. Más todavía cuando la campaña de Vox ha convertido la inmigración en su principal energía política y cuando el patrioterismo establece una especie de discriminación étnica. España para los españoles.
Y para los hijos de las colonias, entiéndase, toda vez que Garriga es hijo de una ciudadana de Guinea Ecuatorial. Por eso se le puede consentir un sitio en el partido y se le puede convertir en defensa cosmética frente a quienes denuncian el supremacismo del macho Abascal.
Provocando un poco a la audiencia, Juan Soto Ivars escribía en El Confidencial que Ignacio Garriga es la Kamala Harris de la ultraderecha, el icono cosmopolita de un partido arcaico, añado yo, adhiriéndome a esta paradoja política y al fenómeno electoral que ha protagonizado el candidato voxista la Generalitat.
Pero no se fíen. La raza no la determina el color de la piel, pese a las apariencias, sino la posición social. Ya lo decía el boxeador Larry Holmes. Yo fui negro, sí, cuando fui pobre. Le llamaban el asesino de Easton, pero sus crímenes, tranquilidad, solo se producían en el cuadrilátero.