Tengo entre mis manos el expediente de indulto de Ione Belarra. Y he decidido tramitarlo para agradecerle sus posicionamientos inequívocos a favor de la paz.
No puedo estar más de acuerdo con la ministra. Donde esté la paz que se quite la guerra. Y donde este el amor que se quite el odio. Y donde esté la justicia que se quite el comunismo. Y donde este la luz que se quite Vox.
Dan ganas de encender un mechero. Y de pedirle a Fran que ponga Imagine, pero vamos a eludir esta dramaturgia de palomas blancas y almíbares pacifistas.
Ojalá provinieran del candor y del infantilismo. El problema es que provienen del cinismo. Y del colaboracionismo. Porque esta no es una guerra convencional. Es una guerra unilateral. Una invasión desproporcionada. Una agresión a la soberanía territorial de un estado. Una meta volante en el derlirio expansionista de Vladimir el Grande.
Por eso se ha quedado anacrónico y caduco el cliché con que Belarra y el rapero Iglesias evocan la retórica antimperialista. Aquí el imperialismo lo ejerce y lo impone Putin. Y es Putin quien se ceba en la población civil para graduar la crueldad de la victoria.
Belarra reclama la vía diplomática cuando es Putin el que la ha reventado. Y no es que Belarra reclame la paz. Reclama la rendición de Ucrania. Aconseja a los ucranianos deponer la resistencia. Dejarse violar pacíficamente. Esa es la paz. La paz de los sepulcros.
Y el argumento sensiblero y temerario -la paz, el pacifismo- que Belarra quiere inducir este 8M para manipular la movilización del feminismo y convertirlo en la gran coral de su demagogia.