Procedemos al indulto de Isabel Celaá. Y quien dice indulto dice canonización, pues la exministra de Educación ha sido propuesta a la embajada española ante la Santa Sede.
La decisión de Sánchez es una manera de agradecer los servicios prestados. Porque no era cuestión de convertir a Ábalos en interlocutor del Vaticano, se me ocurre.
Y se le ocurre a Sánchez trasladar a Roma la exministra que ha puesto en entredicho la educación concertado y que también ha arrinconado la enseñanza de la religión, más allá de cuestionarse los privilegios inmobiliarios de la Iglesia.
Quiere decirse que este Gobierno ha opuesto muchas dudas a la Iglesia de Francisco, pero simpatiza bastante con el Papa argentino, cuya reputación entre los ateos proviene normalmente de la demagogia y del populismo.
Es más, este Papa arrabalero y peronista también le gusta a los nacionalistas. Por las alusiones que ha hecho sobre el derecho de autodeterminación de los pueblos.
Sánchez visitó a Francisco en la Santa Sede, recordadlo. Y se trajo una estupenda impresión, no ya por razones doctrinales, sino porque Francisco es un pontífice desmitificado, especulador y tuitero.
Estoy hablando más del Papa que de Celáa, ahora que me doy cuenta. La primera mujer que se acredita ante el Vaticano. Un perfil académico y prudente que en nada se parece a aquel embajador incendiario
que nombró Felipe González nada más llegar a la Moncloa.
Se llamaba Gonzalo Puente Ojea. Y no es que fuera socialista. Es que era ateo. Y aspiró a convertirse en el antagonista de un pontífice de cierto carisma que se llamaba Karol Wojtyla.