La verdad es que impresiona mucho a uno la muerte de Javier Imbroda. Y no porque hubiera razones para sorprenderse. La ferocidad del cáncer lo había convertido en una especie de anciano frágil y titubeante. Porque las largas enfermedades, así se definía antes el tabú, son asombrosamente breves, aunque no malograra el cáncer la sonrisa del entrenador de basket.
Y no es cuestión de renegar aquí del político moderado, inteligente y sensible que fue Imbroda en las filas de Ciudadanos y en el Gobierno andaluz, con sus galones de consejero de Educación, dónde si no, la buena educación, sino de evocar al tipo carismático y audaz que convirtió un equipo de colegio en un insolente competidor de la primera liga española.
Me refiero al Maristas de Málaga y a la singularidad de un entrenador cuyos poderes de seducción y audacia estratégica trascendían al deporte mismo. Cálido y carismático era Imbroda. Cariñoso. Y un estupendo encajador, pues el diagnóstico del cáncer llevó al extremo una trayectoria personal y profesional que había resistido a toda suerte de vaivenes.
Empezando porque su primera medalla olímpica se la colgó como segundo entrenador de… Lituania. O porque tuvo que defenderlo la policía cuando la afición del Caja San Fernando de Sevilla, donde también entrenó, no le toleró que emprendiera el camino de seleccionador de baloncesto nacional.
Fue Imbroda quien hizo debutar a Pau Gasol. Y quien dirigió al equipo en la victoria sobre EEUU en el mundial de Indianápolis en 2002, preámbulo de un fichaje estelar con el Real Madrid que se malogró en una temporada catastrófica y que inauguró una etapa inestable, provisional, hasta el extremo de que Imbroda, comentarista de televisión, fabuloso mitinero, se retiró de los banquillos después de haber entrenado 19 equipos profesionales.
No era un entrenador. Era un misionero. Nacer en Melilla obliga a saltar la alambrada hacia todas partes.
Suerte han tenido los jugadores que lo han conocido. Y los amigos que ayer no transigían con que Imbroda hubiese dejado de sonreír. Porque nadie mejor que él hizo campaña contra la tristeza.