Me vas a permitir que indulte a un jugador de baloncesto. Y no a cualquiera, sino al mejor. Me refiero a LeBron James y a la proeza que supone convertirse en el máximo anotador de la historia de la NBA.
Puede suceder el acontecimiento este martes en la cancha de los Lakers. Y destronar allí al jugador angelino que conservaba el récord desde 1989. Hablamos de 38.387 puntos. Y bien podría cantarlos un niño de San Ildefonso, si no fuera porque no son una lotería.
En todo caso serían una profecía. La que se atrevió a publicar Sports Illustrated en 2003 cuando LeBron comparecía en la mejor liga del mundo con un titular inequivoco y premonitorio: el elegido.
Transcurridas dos décadas, LeBron promedia 30 puntos, ocho asistencias y siete rebotes por partido, aunque más impresiona su dimensión de jugador total. Cualquier posición identifica la clarividencia y el poder de su baloncesto. Y explica su impresionante longevidad.
Como si en lugar de haber cumplido 38 años tuviera diez menos. Y como el último trabajo de Hércules no solo fuera batir el récord de anotación, sino llevarlo a un lugar inaccesible. Sigue en la plenitud LeBron.
Y es el señor de los anillos, como demuestran sus títulos con Miami, Cleveland y los Lakers. Por eso nos preguntamos si se le ha puesto a tiro Michael Jordan y si tenía razón la campaña de su ropa deportiva con el eslogan que lo ubica en el umbral de la historia: somos testigos.