Pues voy a indultar a Emmanuel Macron. Porque ha tenido mérito la holgura de su victoria y porque los defectos y los errores que se le puedan atribuir no contradicen la importancia que reviste haber malogrado el ciclo catastrófico que representaban Trump, el Brexit y la mano negra de Putin.
El zar amaña las elecciones rusas, pero ha perdido las elecciones francesas. Y no ha funcionado el patrocinio de su candidata. Nada mejor que un partido nacional-populista para sabotear el proyecto comunitario y desmantelar la OTAN. Nadie mejor que Marine para inocular el veneno del liberalismo.
Por eso debemos sentirnos confortados con el macronismo. Y con la idea del extremo centro que enfatiza la victoria de Macron. Él mismo encarna la moderación y hasta el maridaje de la socialdemocracia y el liberalismo ortodoxo. Queremos decir que Emmanuel representa el paradigma de la concentración. Y que su victoria remedia la amenaza de la polarización.
Y es verdad que los extremos aspiran a triturarlo en las legislativas de junio, pero la victoria del domingo es un bálsamo continental que le permite gobernar una década y que le convierte en el primer jefe del Estado desde 2002 a quien los franceses otorgan la confianza por segunda vez.
Tan importante es Macron que ya empieza a inquietar el fantasma de su ausencia dentro de cinco años. Pero no es del todo cierto que no pueda ser presidente de nuevo. El descanso de 2027 le permitiría regresar en 2032. Y hacerlo a la Luis XIV, vestido de Apolo llevado en volandas con la música de Lully.
