Poneos en la piel de un ministro de Unidas Podemos. Y en el tratamiento humillante no ya que les dispensa Sánchez, sino que consienten ellos mismos, con todas los síntomas de una relación patológica de dependencia y de sumisión, cuando no de castración.
Todo cuanto define la idiosincrasia de la izquierda de la izquierda, termina apabullado y demolido por el sanchismo. La reforma laboral. Las medidas económicas. La política migratoria. Y la exterior, hasta el extremo de que Sánchez se ha permitido no solo reconocer la soberanía de Marruecos en el Sáhara, sino que se ha convertido en el más eufórico de los atlantistas.
Los clichés contra la OTAN de la antigua izquierda y el folclore antiamericanista, se los ha pasado Sánchez por el paquete. Y no porque haya respetado sus convicciones -recodad cuando dijo a 'El Mundo' que debía suprimirse el ministerio de Defensa. Y no porque haya respetado sus convicciones, decía, sino porque la ausencia de convicciones tanto permite a Sánchez fletar el Aquarius como convertir a los inmigrantes sudaneses en una amenaza a la soberanía española.
Sánchez, convertido en Abascal, vaya cambiazo. Y vaya vergüenza la mansedumbre y la posición gregaria o esclavista de los ministros de Unidas Podemos, no ya desamparados desde que Iglesias se hizo podcaster, sino convertidos en una categoría y caricatura menguante, desprovistos de dignidad. Y reacios a dimitir el bloque. Ni siquiera cuando Sánchez les hace tragar con un incremento en Defensa de 1.000 millones de euros.
Es lo que debían hacer, dimitir. Pero no lo hacen ni van a hacerlo. ¿Por qué? Pues porque no hay aire acondicionado fuera del Gobierno. Porque se vive muy bien en el sistema. Y porque prefieren anestesiarse con los privilegios antes que recordar quiénes eran. Y en qué se han convertido.