Procedo al indulto de Netanyahu. Y al método entrañable con que ha urdido una reforma del Código Penal que alivia los delitos en los que él mismo ha incurrido. Es lo que hacía Berlusconi. Legislar en función de su historial delictivo, de tal forma que la política era el atajo para eludir la cárcel.
Y no es que Netanyahu sea idéntico al Cavaliere. Podríamos encontrarle similitudes con Sánchez, pese al descaro con que nuestro presidente ha censurado la reforma de la justicia. Me refiero al énfasis con que el primer ministro israelí pretende inmiscuirse en la separación de poderes. Y otorgar al Parlamento el poder de reprobar las sentencias.
Nos suena la música. Y nos impresiona la reacción de los israelíes en las calles. No reivindico aquí la violencia que hemos visto en Francia, pero sí podemos lamentar la mansedumbre y condescendencia -hoy es 1 de mayo- con que la sociedad española ha transigido con las abyecciones del sanchismo.
Quizá porque es la izquierda la que mueve la calle. O porque la distancia de la sociedad y la política degenera en la pasividad o en la indolencia.
Netanyahu, decíamos. La polarización de la sociedad israelí. Y la insólita capacidad de resistencia y de adaptación del primer ministro que más tiempo ha permanecido en la jefatura del Gobierno -13 AÑOS-, aunque para hacerlo se haya puesto ahora en manos de la ultraderecha y los ultraortodoxos.
Y haya amparado una involución, una regresión, cuya verdadera oposición no está en el Parlamento ni en Pedro Sánchez, sino en las manifestaciones más corpulentas de la historia contemporánea de Israel.