Procedo al indulto de Pablo Fernández. ¿Y quién es Pablo Fernández?, os preguntaréis. Pues el candidato de Unidas Podemos a la presidencia de la Junta de Castilla y León. Entiendo que os cueste identificarlo. No por su aspecto. Melena rubia. Ojos azules, entre Kurt Cobain y Jesucristo Superestar, sino porque no consigue desquitarse del anonimato cuando faltan diez días al desenlace de los comicios.
Ya es difícil ponerle cara a Tudanca y a Mañueco, como para saber quién es el aspirante de la izquierda de la izquierda. Ni siquiera participa en los debates televisivos. También le ocurre al candidato de Vox, García Gallardo,
pero la ventaja del partido ultraderechista consiste en que no se dirime en las urnas el aprecio a un líder regional, sino la euforia hacia un movimiento, a una inercia revanchista y justiciera.
La posición de Pablo Fernández es anticíclica. Porque Unidas Podemos se contrae. Y porque la posición de Alberto Garzón hacia las macrogranjas ha determinado el suelo y el techo del candidato común. 45 años. Licenciado en Derecho. Abogado. Parlamentario en Madrid con un sueldo de 98.000 euros. Y portavoz nacional de Podemos desde 2021, aunque ni siquiera esta ventana le ha permitido posicionarse con verdadera fuerza.
No es fácil llamarse Pablo en el partido de Pablo. Es de León y allí se le conoce como el quiosquero. Porque regentaba un quiosco de prensa, así es que no puede decirse que Fernández sea un visionario. Igual cuando pierda las elecciones y lo haga con estrépito -eso dicen las encuestas- va el tío y funda un videoclub.