Os veo en este inicio de temporada bastante desorientados con la temporada taurina. Y no os voy a insistir en las artes plásticas de Morante. Ni en la clarividencia de El Juli, pero sí voy a mencionar las proezas de Roca Rey. El ídolo peruano. El mesías que necesitábamos.
Nos convenía incluso su origen limeño.
Déjame que te cuente. Déjame que te diga la gloria. Del ensueño que provoca la memoria.
Porque hacía muchos años, acaso desde la plenitud de José Tomás, que no conocíamos un fenómeno taquillero. Un ídolo de masas. Y un torero de valor inverosímil entre cuyas virtudes impresiona haber logrado que los toros le tengan miedo. Retroceden cuando se arrima. Lo hemos visto.
Y a veces sucede al revés, como en Bilbao, pero el drama y el psicodrama de aquella tarde redunda en el heroísmo del maestro, rodeados como estamos de héroes impostores y caballeros de hojalata.
Ojalá nos dure Roca. Su tauromaquia de asombro y quietud ha vencido incluso a los aficionados puristas, pero sobre todo ha conectado con los jóvenes. Un nexo generacional que fertiliza los tendidos y que enfatiza la salubridad del aire limeño. Déjame que te cuente.
Porque Roca es el antídoto ideal a los populismos de Lationamerica que recelan del colonialismo español. Y el remedio para los patrioteros de España que abusan de los toros como expresión identitaria.
Estaba escrito para quien supiera leerlo. Está escrito para quien se niega a aceptarlo. Un torero arrogante, poderoso, comprometido, cuyos apellidos definen a la perfección la solidez de su tauromaquia y la ambición de su hegemonía. La roca y el rey. Roca Rey.