Procedemos al indulto del presidente Volodímir Zelenski, desde el cariño y el respeto que le hemos cogido, abandonado, como está. Y expuesto a una represalia militar que aspira a destronarlo.
Debe pensar Putin que un cómico es lo mismo que un títere. Pero igual subestima la popularidad y la reputación que ha adquirido el presidente ucraniano entre los cráteres de Kiev.
No digamos cuando se puso el jersey verde. Y cuando quiso significar con la indumentaria una suerte de liturgia castrense que le sorprende como cabeza visible de un ejército bastante precario de voluntarios y de civiles.
Tiene mucho de convencional esta guerra, pero forman parte de los nuevos lenguajes y de las nuevas narrativas los vídeos que se graba a sí mismo el presidente Zeleneski, consciente no ya de su carisma y de su profesionalidad, sino del efecto viral que tanto molesta al patriarca del Kremlin.
Dice Putin que los rusos están perseguido en Ucrania. Y que hay que desnazificarla, pero este falaz pretexto intervencionista se desmorona delante del propio Zelenski.
Porqué él mismo forma parte de la minoría rusa. Y porque es de origen judío, aunque no se declare practicante. Tampoco hizo la carrera militar y se ha visto ahora como comandante en jefe de las tropas ucranianas.
Puede que le hiciera ilusión saberlo a su abuelo. Que fue oficial del Ejército Rojo durante la II Guerra Mundial, aunque no creo que Semyon Ivanovich Zelenski, así se llamaba el antepasado, entendiera la ferocidad con que Putin parece dispuesto a desencadenar la III.