Y no pueden sorprenderle a Iglesias haberse convertido en un San Sebastián. La purga de Vistalegre II tanto degradaba a Errejón como alimentaba el momento de la venganza. El ensimismamiento de Iglesias con el poder ha descuidado sus reflejos.
Y lo ha conducido a un camino de perdición. Se desinflaba Podemos antes del crimen edípico. Errejón ha sido Bruto en la escalera del Senado, pero su espada escarmienta el cesarismo de Iglesias, su papel gregario a Sánchez, la opulencia de la dacha en la serranía de Madrid.
Errejón le ha pegado la estocada. Pero había muchos impulsos detrás. Igual que sucede en una plaza de toros cuando el público empuja al torero en la ejecución de la suerte suprema. Iglesias tenía tantos homicidas como la víctima del Oriente Express en la novela de Agatha Christie.
Errejón se expone ahora a la persecución de sus antiguos compadres. Y se expone todavía más a la incertidumbre de su candidatura. Sin partido, sin aparato, sin grandes fervores populares, cuesta trabajo creer que Errejón pueda sobrevivir al magnicidio de Iglesias.