Es el colega Ignacio Varela quien establece la diferencia entre el buen rey que fue y el mal Borbón en que se convirtió. No se explican sin Juan Carlos I la transición ni el equilibrio institucional, pero las supuestas fechorías del Borbón y Borbón -la redundancia del exceso- han sido el motivo o la coartada de la fragilidad de la institución.
Simplificando las cosas, Juan Carlos forjó la monarquía parlamentaria y Juan Carlos puede destruirla. No solo por los errores propios, sino por haberse subestimado la pujanza de las fuerzas antimonárquicas. Los partidos soberanistas han encontrado su mejor interlocutor en Pablo Iglesias. Porque abjuran como él del modelo constitucional. Y porque su posición de influencia en el Gobierno sobrecarga la presión a la corona.
Para poder llevarla sobre su cabeza, Felipe VI ha tenido que repudiar a su padre igual que tuvo que repudiar a su hermana. No ha sido condenado Juan Carlos I. Ni siquiera está claro que vaya a ser juzgado, pero el rey emérito se ha convertido en un enemigo feroz de la monarquía misma. Y ya no puede sostenerse que las fechorías son un chantaje de Villarejo.
Es la perspectiva desde la que va adquiriendo forma el sueño húmedo de la república. Vela por él un tercio del parlamento. Y lo persiguen unos cuantos diputados socialistas a título conceptual. Veremos donde termina colocándose Pedro Sánchez.
Y veremos si la princesa Leonor alcanza el rango de reina... en el exilio.