Asomo de este burladero radiofónico el pañuelo naranja. Y ya saben los aficionados a los toros que el pañuelo naranja se utiliza en el palco para indultar una res.
Y me valgo del procedimiento no para indultar a un toro, sino a un torero. Y no a cualquier torero, sino al torero en sentido absoluto.
O sea, Morante de la Puebla. O sea, el artífice de la aparición que sobrevino el pasado viernes en La Maestranza.
Aparición quiere decir que se nos apareció en sentido metafísico y místico. Y que el estado de trance del maestro nos condujo a una experiencia lisérgica general.
Era la manera de llevar al extremo los méritos de una temporada fabulosa. Morante se ha echado encima la tauromaquia. Y ha adquirido un compromiso personal a la altura de su posición de primera figura.
Lo demuestra su protagonismo en los grandes hitos de la temporada y su papel de controversia en las grandes polémicas. Porque simpatiza con VOX. Porque Twitter quiso borrar la cuenta en que aparecen sus grandes faenas, como si pudieran borrarse de la memoria. Y porque la alcaldesa de Gijón lo acusó de haber matado a un nigeriano y a un feminista.
Eran los nombres de las reses que lidió por sorteo en la plaza asturiana. Y el origen de un cómico malentendido que ha terminado beneficiando la popularidad y la repercusión de un matador extraordinario.
Ya os digo que Morante es el mejor torero que yo he visto. La síntesis del arte y del valor, de la estética y de la técnica, de la inspiración y de la originalidad, de la creatividad y del embrujo.
Y de la sugestión que provoca verlo anunciar. Viajar allí donde se acartela. Y exponerse a lo imprevisible. Porque con Morante no todos los jueves hay milagro, pero sí los demás días de la semana.