A Pablo Echenique se le está poniendo cara de Pablo Hásel. Cara y porvenir judicial, toda vez que el portavoz parlamentario de Unidas Podemos, recordemos el cargo, puede estar incurriendo en los mismo delitos que se le atribuyen al delincuente en serie.
Y no hablamos de la libertad de expresión. Hablamos de odio, incitación a la violencia y desorden. Así los sostienen los sindicatos policiales en el contexto del vandalismo de Madrid y Barcelona. Y corresponde pronunciarse a la Fiscalía.
Para hacerlo, basta remitirse a la cuenta de Twitter de Echenique. Y asomarse a sus pronunciamientos. No por cuestionársele sus opiniones, sino porque sus opiniones, llamémoslas así, señalan periodistas, estimulan escraches, promueven la kale borroka, degradan a la policía y redundan en una concepción asimétrica de la libertad de expresión.
Echenique recurre a ella para insultar, humillar y difamar, pero la pone en suspenso cada vez que la explora el adversario político o el hooligan de la ultraderecha. Que es el sustantivo fetiche del portavoz morado. La batalla del bien contra el mal habilita el exterminio del enemigo.
Es listo Echenique. Y buen orador. También ingenioso, pero representa el brazo político de la violencia. La verbal y la callejera. Basta reunir los mensajes de entusiasmo con que jaleaba la algarabía de las noches calientes de Madrid y Barcelona.
La policía es el enemigo. El aparato represor. El reflejo y la sombra del franquismo, de tal manera que la escena de un agente encerrado en su vehículo en llamas es el escarmiento que se merece el estado totalitario en el que presuntamente vivimos.
Echenique habla desde su posición confortable de diputado. Desde su posición acomodada de aforado. Y desde la remuneración que le proporciona la casta. Debe sentirse avergonzado de semejantes evidencias. Por eso lidera la subversión al tiempo que goza de las comodidades de la palacio.