Recordadlo. Era Banner un tipo mansurrón, incluso agradable, pero las situaciones de presión, de maltrato o de humillación transformaban su naturaleza apacible en una bestia vengadora. Y mutaba físicamente en perjuicio de los adversarios y de su propio vestuario.
Le sucede a Iglesias con las estrecheces de su traje de vicepresidente. Se le queda estrecho. Le molesta. Y termina destruyéndolo, el traje, cuando la iracundia le transforma y cuando aparecen sus verdaderas pulsiones.
Iglesias el machista. Iglesias el autoritario. Iglesias el censor, el propagandista. Quiero decir que Iglesias es pacífico como David Banner hasta que emerge su verdadera personalidad. Quizá por ello se viste con tallas grandes. La ropa holgada le permite prevenirse de los desperfectos de sus mutaciones, aunque es verdad que las tiendas de Zara donde se abastece, cabalgando contradicciones, proponen un vestuario asequible.
Iglesias es a la vez el increíble Hulk y el no menos increíble hombre menguante, toda vez que su trayectoria política, sea vicepresidente o no lo sea, es el reflejo de un proceso de jibarización que va a demostrar la catástrofe de Unidas Podemos en las elecciones del domingo.
Ya sabemos que la culpa no será suya. La culpa será de la prensa, de las cloacas, de los poderes oscuros. Digo que oscuros porque los poderes concretos los reúne él mismo en el palacio de la Moncloa. Iglesias es la casta. El sistema. El puto amo.