Madrid | (Publicado 18.06.2019 10:32 )
Tenemos respeto y cariño a Ureña. Y nos alegra que haya superado la fatalidad y el fatalismo. Se le resistía la Puerta Grande de Madrid. Y la reventó cuando más comprometida parecía su trayectoria.Perdió un ojo toreando en Albacete.
Pero ya dice la leyenda nórdica que el rey Odín también lo perdió a cambio de la clarividencia. Y clarividencia tuvo Ureña en Madrid. Que es su tierra, la arena de Las Ventas. Aunque nació en Murcia sin razones ni antecedentes para convertirse en figura.
O solo las conocía él. Y hay una anécdota que lo ilustra.
A Paco Ureña no le gustaba ir de excursión en el colegio. No por la experiencia en sí misma, lo entenderíamos perfectamente, sino porque temía lesionarse en cualquier peripecia. Y no poder dedicarse al oficio que ahora desempeña con tanta gallardía.
Estas cosas reflejan su instinto y su obstinación. Tantos años sin torear, viviendo de la huerta, pero sin renunciar al entrenamiento ni al toreo de salón. Y tantas cornadas. Que más cornadas da el toro. Incluido el arreón que le pegó un ejemplar de Victoriano del Río el sábado mismo.
Le partió las costillas. Se las incrustó en los pulmones, pero Ureña salió in extremis porque Madrid iba a entregársele. Miles de personas arroparon la salida a hombros. Móviles al aire iluminando al tótem en el umbral de la M30.
Se conmovía Ureña, pero no perdía la cabeza de la memoria. Nada más subirse al coche se dirigió al hospital donde convalecía un banderillero de su cuadrilla herido unos días antes. Se debieron desconcertar los pacientes y los familiares. Porque Ureña apareció en la clínica vestido de luces. Y parece ser que levitando.
Onda Ruedo 1x01: Estrenamos con la vuelta de Paco Ureña y la Taurohistoria