La gestión desastrosa de la pandemia y la desastrosa situación económica tendrían que haberlo descarrilado, pero la buena salud de Sánchez representa una misteriosa evidencia. Han vuelto a arroparlo las fuerzas oscurantistas del nacionalismo. Y se ha adherido Ciudadanos en calidad de partido humillado, colocando el felpudo naranja a los honores del César.
Ni siquiera la oposición de Vox le perjudica. Todo lo contrario. Más bocinazos pega Abascal y más arrea Casado con las cacerolas, más Sánchez prospera en el escenario de la polarización. Es el trabajo que mejor hace Iglesias. Agitar. Incendiar. Inculcar el debate manipulado del bien contra el mal, aunque haya sido Sánchez el artífice del pacto nauseabundo con Bildu.
Sánchez ha hecho suya la doctrina cholista del partido a partido. Cualquier acuerdo o treta son admisibles mientras habiliten su camino de supervivencia. Es la razón por la que se ha degradado la separación de poderes, el pudor institucional y hasta la decencia política, pero Sánchez permanece en estado de gracia.
Porque no hay alternativa. Porque solo él es capaz de amamantar con tanto cariño a los lobos soberanistas. Y porque peor hace las cosas, más fuerte parece. Ahí tenéis el caso Marlaska. Sánchez trabaja para Sánchez. Su proyecto de España es un proyecto personal.
Estamos delante de un presidente eternamente interino, perpetuamente provisional. La fuerza del débil. Y el narcisismo como reflejo de una España que se deforma en el fondo de las cacerolas mientras Pedro gana un minuto más a la Moncloa.