Plácido Domingo cumple este jueves 80 años. Y los celebra sobre un escenario. No cualquiera. El de la Ópera de Viena. Y no porque se le haga un homenaje, sino porque está reclutado en el elenco de Nabucco, como un día cualquiera.
Y un día cualquiera no es. Domingo sigue cantando. No arrastrándose con un pianista en casinos y recitales de rapiña, sino en una insólita plenitud profesional.
Insólita porque ha cumplido 61 años... de carrera.
Insólita porque padeció en coronavirus en situación de extrema gravedad.
Insólita porque la campaña de desprestigio y el boicot de los teatros, empezando por los españoles, no ha sido capaz ni de sepultarlo ni de retirarlo.
Impresiona mirar hacia atrás y hacer inventario de una carrera descomunal. 151 papeles distintos. La divulgación planetaria de la zarzuela. Cerca de 4.000 funciones. Un cameo en los Simpson. Su papel de misionero en la ópera como fenómeno de masas. Sus guiños al crossover. Y las proezas que nunca podrán reprocharle los puristas. Wagner. Verdi. Puccini. Bizet. El verismo italiano, el repertorio francés. Y un personaje por encima de todos: Otello.
Impresiona mirar hacia atrás, pero también impresiona mirar hacia adelante. Porque la agenda de Domingo sigue estando llena de contratos. Y todavía los sigue firmando, llevando hasta el extremo la carrera más longeva y más intensa que se haya concebido nunca. Domingo ha sido el gran atleta de decatlón. El mejor en todo. Y su secreto, más allá de una naturaleza descomunal, se encuentra en su escudo de armas. 'If i rest, I rust'. Traduzco: Si descanso, me oxido.
Ha sido la curiosidad, la inquietud, el compañero de viaje de Domingo. Pero no basta para explicar el fenómeno. Lo de Domingo no tiene explicación. Simplemente... no puede ser. Igual que la romanza de La tabernera del Puerto.