Porque era un cuerpo extraño. No formaba parte, por ejemplo, de la cuadrilla que fundó Podemos. Y de la que solo sobrevive el propio Iglesias. La imagen fundacional parece esos cuadros colectivos de Stalin que se iban recomponiendo con el tiempo a medida que se sacrificaban los colaboradores estrechos.
Pero no divaguemos. Hablábamos de Espinar. De su misión y dimisión en la Asamblea de Madrid. Y de la frustración que ha supuesto haber sido ninguneado, humillado, por Iglesias cuando se produjo el errejonazo. Espinar parecía un sonámbulo en Podemos. Fue sorprendido tomando Cocacola cuando el partido la había prohibido.
Una blasfemia del anticapitalismo en todo caso mucho menos grave de cuanto resultó el escándalo de haber especulado con un piso de protección oficial. Cuánto daño le ha hecho a Podemos el sector inmobiliario.
Y cuánto daño va a hacerle el cráter de Madrid. La casta, el aburguesamiento, la tiranía de Iglesias, han malogrado el plan quinquenal del partido morado. Una revolución de clichés que podría resumirse en el pintoresquismo y futilidad de aquella protesta juvenil de Ramón Espinar que he leído en El Periódico de Cataluña.
Espinar se encadenó a la puerta de su colegio, no está clara la causa, pero sí está claro el procedimiento. Se encadenó a la puerta del colegio, decía, con papel celo.
No se me ocurre mejor premonición ni mayor alegoría de lo que representa Podemos.