Nunca había tratado antes un servidor a este mito, ni tampoco sabía como tratarlo. Debería existir una fórmula intermedia entre el usted y el tú. Demasiado solemne el usted para un personaje tan afable en la corta distancia. Y demasiado cordial el tuteo para un señor tan importante al que acabas de conocer.
Tan importante que entre los altares paganos del salón impresionan las fotos dedicadas por Juan Pablo II, Marcel Marceau o Richard Nixon, aunque ninguna de todas ellas destaca más que la de Enrique Moreno, el médico que le intervino hace 15 años para transplantarle el hígado.
La experiencia extrema dice Raphael le ha hecho mejor persona y mejor artista. Nos lo cuenta al abrigo de una imponente colección de iconos rusos. Por devoción a ellos. Y por la devoción de la madre Rusia a Raphael. La visitó por primera vez en 1969, cuando no había siquiera relaciones diplomáticas. Y regresara en marzo no ya para jalonar la gira internacional, sino para perseverar como mejor estímulo de la matriculación de castellano en el Instituto Cervantes.
Afable, cálido, Raphael sostiene que su mejor virtud, el perfeccionismo, es su peor defecto, porque no soporta escucharse a sí mismo, aunque sostiene al mismo tiempo que el umbral de los 75 años no le impiden afirmar que canta mejor que nunca. Su disco Re-sinfónico, híbrido de la orquestación sinfónica y la música electrónica, sería el mejor ejemplo.