Los ha conocido en casa la reina de picas, pero la intemporalidad de Sofía de Grecia y Dinamarca -he aquí sus galones- representa también la idea de estabilidad, de la constancia, cuando no de la resignación, frente a la provisionalidad de los cambios. Hija de reyes. Esposa de rey. Madre de rey. Y abuela de reina, si es que Leonor accede al trono con la inercia constitucional que le proporcionó su primer discurso público, el pasado.
No se le han conocido a la reina Sofía errores ni deslices. O ninguno más relevante que las discrepancias con la nuera Letizia en la tutela de las nietas, de forma que la mujer del rey Juan Carlos, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la desdicha, ha transitado en una suerte de camino de perfección gregario.
La tarea ha requerido paciencia, frustraciones y alguna que otra humillación, sobre todo cuando empezaron a amontonarse los escándalos de la familia política -el divorcio de la infanta Elena y Jaime Marichalar, el juicio y condena de Urdangarín- y cuando la inmunidad informativa que protegía al rey se vio comprometida por el escándalo de la cacería africana a la vera de Corinna.
Terminó abdicando la reina con el rey para ubicarse en la posición de emérita y para establecer distancias conyugales. Oficialmente juntos, oficiosamente separados, Sofía viene descrita por la periodista Carmen Enríquez como una mujer "sensible, impuntual y divertida". Y como una leona herida en la protección de sus hijos, aunque la versión más despiadada y acaso vengativa de Jaime Peñafiel concluye que "Sofía ha fracasado como madre, como abuela y como mujer" por no haberse atrevido a sublevarse de las injusticias que la rodeaban. ¿Podía haberlo hecho?