Un padre, Svante, actor y carnívoro feroz que ahora come bayas. Y una madre, Malena, cantante de ópera que degeneró en concursante de Eurovisión. Quedó 21 de 25. Un resultado muy nuestro, muy español, pero impropio de una nación, Suecia, que acostumbra a instalarse en el podio. Le acusó la prensa de comportamientos histriónicos y de haber elegido un tema fallido.
Proliferan las imágenes de la familia a propósito de la repercusión de Greta. Y casi nos olvidamos del perro de la familia, un golden cuyo silencio y mansedumbre se agradece en una clan en permanente estado de activismo. Te organizan los Thunberg una mani en cuanto te descuidas. Te hacen titubear cuando te preguntan si levitas o trabajas.
Los Thunberg son un ejemplo de conversión. Más que caerse del caballo, descarrilaron de la diligencia. Volaban en avión e iban en coches grandes. Comían hamburguesas de seres vivientes y con alma. Y no es que fueran caníbales, tranquilidad, sino que atribuyen a las vacas y a los cerdos la misma consideración que a los humanos.
Humanos como esta agotadora familia australiana que ha alojado a Greta en el catamarán que la trae a España. Y que la convierte en un fenómeno mesiánico, como si fuera ella la profeta del fin del mundo y como si Le Vagabonde, así se llama la embarcación, fuera el arca de Noé.