Porque el nacionalismo siempre fue religioso. No sólo en la acepción abstracta de la tierra prometida, sino en la vinculación a un credo y a una fe que convierten en propaganda los pueblos no perseguidos, sino perseguidores. Junqueras, por ejemplo, ha reivindicado la cruz y la oración como caminos de esperanza y de resistencia.
Es la razón por la que Torra, nuestro indultado, ha decidido someterse a una huelga de hambre de 48 horas en el monasterio de Monserrat. Allí se retira para privarse de alimento. Para henchirse de agua bendita e identificarse con el ejerecio de renuncia de sus compañeros apresados, más o menos como si explorara también él el método Stanislaviki.
Diréis que una huelga de hambre no puede restringirse a 48 horas. Que no es seria una abstinencia temporizada. Y que muchas personas, por ejemplo, hacen votos de castidad sin pretenderlo, pero Torra cree en los símbolos. Y en la nevera clandestina que lo acompaña. También Ortega Cano hizo el camino de Santiago en una rulot.
La vía Eslovena es el via crucis. Y Torra piensa recorrer las 14 estaciones en patinete eléctrico. Creerán sus fieles que levita. Más difícil, mucho más, creer que Torra pudiera ser presidente de la Generalitat. Y ahí lo tenéis, guiando al pueblo con los ojos vendados, las neuronas colapsadas y la promesa de un cementerio.