Debe resultarle divertido y frustrante exponerse a este grotesco juicio inquisitorial. Divertido porque cagarse en Dios tendría que estar tan penado como defenderlo. Y frustrante porque hubiera preferido la condena.
Ya tenemos presos políticos y políticos exiliados, de tal manera que la sentencia ejemplarizante hacia un blasfemo nos retrotraería a la España de Franco que tanto le gusta recrear a la izquierda radical y al soberanismo.
Ni siquiera hacía falta que la juez responsable de la absolución insistiera demasiado en los argumentos. Allí donde despenalizó la mala educación, el mal gusto y la trayectoria soez de Toledo, bien podría haber dicho que el juicio era una patraña y una pérdida de tiempo, más allá de un episodio mediático que aspiraba a convertir a Willy en Wally.
Hay que modificar el código penal para eliminar el artículo 525 que recoge la ofensa a los sentimientos religiosos. A mí también me ofende que una religión me prometa la vida eterna, la reencarnación en un hámster o el nirvana, pero la religión no tiene sitio en la vida pública.
El problema es que la reforma del código penal va a empezar despenalizando la blasfemia y premiando la sedición, ya que nos ponemos. Y ya que Willy Toledo vale tanto para un caso como para el otro.
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Willy Toledo, absuelto del delito contra los sentimientos religiosos