"En tiempos de tribulación, no hacer mudanza", decía el santo y sabio Ignacio de Loyola. Si Pablo Casado decidió no hacer caso a tan prudente y viejo consejo, muy poderosas razones debe tener. Él alegó una de impacto: un partido decente no debe ocupar un edificio sometido a investigación por un delito económico.
Interpretación mediática: estamos ante un repudio formal y solemne, parecido al del rey Felipe al rey Juan Carlos, con la singularísima diferencia de que se repudia un edificio, como si el edificio fuese culpable de las corrupciones que allí se asentaron. Aceptémoslo como símbolo de una intención: acosado por esas corrupciones, el líder Casado coge la escoba y lo quiere barrer todo; que no quede ni el escenario.
Añadámosle una sombra de duda por el momento en que se hace: en la misma reunión de la Ejecutiva que analiza las elecciones catalanas con malos resultados para el PP. El tiempo elegido suena como el juego de un mago que mete la mano en la chistera y dice el ritual: "nada por aquí, nada por allá… ¡Génova 13!".
Y entre la intención del líder y la duda del cronista, esta es su conclusión: vale como gesto, está bien como épica de la crónica ética que Casado quiere escribir, pero solo puede ser el primer capítulo de algo más ambicioso: reinventar el partido, meterle el bisturí ideológico, cambiar el estilo de oposición, y algo pendiente desde Fraga: pensar por qué el PP es tan poco relevante en los lugares donde se juega la unidad nacional.