Fernando Ónega: "Cada vez que se abren las Cortes, el espectáculo es un poco peor"
Un acto serio y solemne como el acatamiento de la Constitución se convirtió en un festival de ocurrencias y provocaciones. Y cada vez que se abren las Cortes, el espectáculo es un poco peor. Todo empezó hace treinta años con el "imperativo legal" de los diputados de Batasuna, y ahora solo falta jurar por el carné del Atlético de Madrid, como escribe Julián Cabrera en La Razón. O por mi madre, como dice Rubén Amón.
Y a Meritxell Batet o a Pilar Llop no les queda más remedio que aceptarlo si no quieren provocar un conflicto todavía mayor, que sería presentado por los gamberros como un ataque a su libertad de expresión. Pero esto es más que una anécdota. Es un indicio de cómo piensa casi un tercio de la Cámara de Representantes. Es un reflejo de la crisis constitucional. Es la demostración de cómo se rechaza la Constitución, que queda postergada a los caprichos del momento, a las reservas mentales o a los intereses de los independentistas.
Y en este punto quiero hacer una consideración legal. La sentencia del Tribunal Constitucional de 1990 es generosa y tolerante. Admite flexibilidad en la forma, pero con una condición: que la expresión utilizada no condicione ni limite el objetivo del juramento o promesa, que es el acatamiento de la norma fundamental. Y hubo quien dijo que acata la norma "hasta la constitución de la república catalana". Si eso no es por lo menos limitar, que venga Dios y lo vea, señora Batet.