Madrid |
Si ese jefe de gobierno comienza por animar a los CDR a apretar; si pide que el pueblo se levante contra una sentencia que califica como venganza; si llega a hablar de Hong Kong como modelo; y si ayer mismo su gobierno expresa empatía con quienes ocuparon nada menos que un aeropuerto, tiene una responsabilidad clara en todo lo que está ocurriendo.
El señor Torra tiene la obligación como gobernante de saber que toda protesta callejera corre el riesgo de terminar dominada por los extremistas. Y tiene, sobre todo, la obligación de templar los ánimos, por mucho que le disguste un acto judicial. Ni supo prever ni quiso templar. Quizá no buscaba las imágenes que se vieron esta noche, pero son la consecuencia de su actitud.
De sus polvos agitadores vinieron estos lodos radicales. Y, si se confirma que el tsunami fue ideado en una reunión en la que él estuvo, tiene una responsabilidad directa, que ya veremos si es criminal. De momento, su incitación ha conseguido un primer logro: el independentismo ha dejado de ser tan pacífico como predicaba. Ya asomó su faz violenta. Ya tiene aires de insurrección.
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