Madrid |
La segunda, la ambición de los políticos adanistas, y Sánchez tiene un ramalazo de adanismo. Si la historia empieza en él, es natural que intente fundar unas nuevas condiciones de convivencia.
Y la tercera, la investidura. Aquí se empezó buscando la abstención de Esquerra y, según el comunicado conjunto de ayer, ya se está tocando el meollo del Estado: ya se habla de instrumentos para encauzar el conflicto sobre el futuro de Cataluña. La frase es más confusa que la mano que la parió, pero indica que se anda en los máximos que un gobierno se puede permitir: aprovechar un diálogo sobre la investidura para resolver un conflicto que corre el riesgo de eternizarse.
Pongan eso en la mentalidad de Pedro Sánchez, ¿y qué sale? A mí me sale la ambición de pasar a la historia como el hombre que resolvió o encauzó la cuestión catalana. Y para eso se requiere, efectivamente, cuenta nueva.
Cuentaquilómetros a cero. Nuevo escenario. Nunca una investidura dio tanto de sí. Como realidad posible, acumulo todas las dudas. Como ensoñación, es magnífica. No regateo calificativos: es grandiosa. Tan grandiosa, que no está al alcance ni del plazo que existe ni de la humana capacidad.