Si hubiera actuado así cuando tenía medio centenar de escaños y Pedro Sánchez pensaba que Podemos en el gobierno no le dejaba dormir, nos hubiéramos evitado una repetición de elecciones y la coalición posterior con Pablo Iglesias y estaríamos en una política menos tensionada. Pero pasó lo que pasó, Albert Rivera soñó con desbancar al PP, se equivocó de ambición y hoy está en un despacho de abogados.
Inés Arrimadas se encontró un partido del que se fugaron sus propios fundadores y con una caída electoral que lo dejó en diez escaños. Pero miren para qué vale tan pequeña representación: a efectos de partido, para salirse del trío de Colón, eso que se llamó el "trifachito", y buscar un nuevo espacio marcado por el diálogo, que buena falta hace en este país. A efectos de política general, para salvarnos de la disyuntiva dramática de Ábalos: "o alarma o caos" y para lo más justo, mantener los ERTE y las ayudas sociales después del confinamiento.
Y detrás de todo ello, una lección para el señor Sánchez: no se puede menospreciar a la oposición. No se puede dejar un acuerdo vital para el último minuto. Si no fuese por Arrimadas y quizá por el PNV, hoy podríamos estar ante un abismo legal.
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