Así, o de forma muy parecida, comenzaron las guerras de sucesión que a lo largo de la historia sufrió la Humanidad. Esto no es, no parece, el comienzo de una guerra. Pero sí es la expresión purulenta del enfrentamiento socialque promueve un narcótico del poder que no sabe ni quiere entregarlo; que, subido a su pedestal supremacista, no acepta una derrota y que culminó una carrera de mentiras con el intento de engaño masivo de que ha sido víctima de un fraude electoral.
No es, digo, el comienzo de una guerra; pero sí una insurrección, como la calificó Biden, y ha sido un intento de golpe de estado. Impedir que un presidente electo sea ratificado no puede recibir otro nombre. Las imágenes vistas recuerdan el asalto al Congreso de los Diputados de España aquel 23 de febrero de hace cuarenta años, pero sin tricornios y con personal civil. La sesión se reanudó, pero las escenas y las imágenes quedan ahí, para la historia.
Queda la herida de una división que será difícil de superar. Queda la muestra de cómo un ambicioso sin escrúpulos, que va de estadista cuando es un embaucador, puede agitar a un país y llevarlo a la confrontación. Y queda la lección de los riesgos de los movimientos nacional-populistas que desprecian la democracia. Desconozco la legislación americana; pero tiene que ser sometido a la Justicia quien promueve una insurrección, quien alienta lo más parecido a un golpe de estado y quien azuza a las masas contra el orden constitucional.