Si no hubiese vacunas ni perspectivas de vacunación, lo único que tendríamos por delante sería un horizonte de desastre. Lo único que tendríamos contra la pandemia serían restricciones o confinamientos. La vacuna es lo único que al menos nos permite la esperanza. Los Fondos no son eso que dicen los políticos de la varita mágica, pero, si se saben gestionar, son un apoyo básico para impulsar a economía y quizá para intentar una vez más el cambio del modelo productivo.
Ahora bien: si pensamos que la vacunación y los fondos son instrumentos milagrosos para volver al crecimiento y a la creación de empleo, mi siguiente conclusión sería que no necesitamos para nada un gobierno. Nos podríamos dormir a esperar que la ciencia y Europa lo resuelvan todo, y no es eso. De momento, lo urgente es que esos cuatro millones de parados tengan garantizada su comida y la de sus familias.
A continuación, estimular las ayudas a las empresas que todavía se pueden salvar para que el desastre no sea mayor. Y, con perspectiva de futuro, los experimentos, con gaseosa. Que los gobernantes se dejen de juegos ideológicos, casi siempre demagógicos, que solo crean inseguridad, incertidumbre y desánimo entre los inversores. Que piensen, sencillamente, que estamos ante una emergencia en una economía de mercado y esa economía se mueve por estímulos y confianza empresarial. Y algo que, si no lo digo, reviento: que cada ministro piense cuántos parados habrá provocado su inactividad.