Madrid |
A ver qué militante de Podemos rechaza que su partido entre en el gobierno con los escaños que tiene. Y a ver qué militante de Esquerra le niega a su partido el derecho a presionar con una mesa de negociación. Es todo tan genérico, todo sin entrar en detalles, todo sin ofrecer un programa, que, una vez obtenido el sí y fortalecido el líder con esa respuesta, puede hacer literalmente lo que quiera.
Si no se hicieran esos referendos, lo único que ocurriría es que el PSOE, por ejemplo, incumpliría su reglamento. Pero nada más, porque la cacareada democracia interna se limita a dar un sí. Todo lo demás se acuerda en reuniones secretas, que entre el PSOE y Unidas Podemos anda en el reparto de sillones, con discrepancias menores en el programa de gobierno. Pero el militante ni se entera, salvo por algunas filtraciones de los medios.
Y en el caso de Esquerra, la gran cuestión no está en lo que digan los afiliados, sino en lo que predica Pere Aragonés, y últimamente en que Sánchez acepte o no lo que no está en la consulta. Es decir, la negociación entre gobiernos, de igual a igual. Ese es el meollo de la cuestión.