Madrid |
Frente a esa evidencia, se alza otra: si todo el país está confinado para evitar contagios, no se debiera hacer excepción con los diputados y senadores. No hay por qué condenarlos a ser infectados por proximidad o amontonamiento.
La sociedad lo entendió así y nadie protestó por la suspensión de actividad. Si ahora el PP protesta y la presidencia del Congreso cede, es porque la parálisis se empieza a parecer a un Estado totalitario. El Parlamento necesita ruido.
En democracia no puede existir un gobierno sin control, porque entonces se vuelve autoritario. Su presidente usa la televisión como si fuese Venezuela. El debate político se hace desde los balcones de los medios informativos. Y el Parlamento se desinfla hasta el punto de hacerse o parecer prescindible.
La solución es hacer compatible el control del Ejecutivo con la garantía sanitaria de sus miembros. Cómo se hace, lo dirá la tecnología. De momento quedémonos con lo sustancial: habrá cuando menos sesiones de control. Si estuvo justificada la hibernación, ahora es preciso salir de ella por el bien de la democracia y las instituciones.
Y la lección política está muy clara: medidas sanitarias, las que hagan falta. El límite, no convertir un estado de alarma y el confinamiento en un estado de excepción.
Seguro que te interesa...
Última hora sobre el coronavirus