Madrid |
Pero añado: si esto es cierto, admítase que Sánchez creó una disciplina de terror en el Partido Socialista e hizo sonar la consigna de "sálvese quien pueda". Que se salve o caiga Susana Díaz es lo de menos. Si cae porque el jefe no le perdonó, confirmará que las grandes carreras políticas se hacen a base de dejar cadáveres en el camino.
Lo terrible es lo que esta apreciación supone para la democracia interna de la que presume el PSOE. Si en un partido se sobrevive por la capacidad de hacer la pelota al jefe, de darle la razón incluso a toro pasado y de desdecirse para ganar su voluntad, no hay democracia interna ni gaitas. Hay una supremacía casi dictatorial del líder.
Sus deseos, rencores y veleidades anulan las voluntades de los militantes y de las estructuras intermedias. El líder es un César que lo maneja todo con su pulgar. La relación interna, como se está viendo en Andalucía, es un juego de conspiraciones para derribar a quien una vez tuvo la osadía de competir con la divinidad. Esto se viene detectando como el pecado original de todos los partidos. Por eso, cuando se habla de democracia interna, a mí me sale del alma un tumultuoso "tururú".