Madrid |
Han creído que sus competencias, limitadas a Cataluña, son las propias de un Estado soberano y pueden decidir sobre lo que quieran: sobre la Monarquía, sobre la distribución territorial y sobre derechos inexistentes. Limitarse a su ámbito es para ellos una ofensa, una disminución, una censura, una imposición de represores y el primer represor es ahora el Tribunal Constitucional. Por tanto, no tienen obligación de obedecerlo, sino de levantarse contra él.
Desoyen sus advertencias e incluso las de los letrados de la Cámara, que son los únicos que hablan allí con sujeción a las leyes. Terminarán llamándoles "botiflers", o diciéndoles, como a Rufián, que se vayan a Madrid. La prensa de hoy coincide en llamar "nuevo desafío" a lo ocurrido ayer y presumiblemente ocurrirá cuando la resolución se apruebe en Pleno.
No nos engañemos: el desafío independentista es constante y generalizado en el gobierno, el Parlamento y en las calles de los adoquines, las bolas de acero, la gasolina y la motosierra. Lo ocurrido ayer, presidido por esa frase de Junqueras de "que se metan el indulto donde les quepa", es la auténtica desobediencia institucional. Ya apareció. Ahí la tenéis.