Madrid |
La situación, en efecto, no es sostenible. Si la relación entre presidenta y vicepresidente es manifiestamente mejorable; si ambos hacen reuniones por separado para perfilar el pacto regional de reconstrucción, y si los consejeros de Sanidad y Servicios Sociales andan a gorrazos como un gobernante y un miembro de la oposición, es evidente que el gobierno autónomo está en crisis, por no decir en disolución.
Ahora bien: convocar elecciones puede ser matar moscas a cañonazos. Antes de dar ese paso hay que advertir que a las urnas las carga el diablo. La consecuencia puede ser que los madrileños voten y ocurra algo de esto, ahora que las mayorías absolutas parecen una exclusiva de Feijóo. Puede ocurrir que Ayuso pierda, con lo cual haría un pan como unas tortas. Puede ocurrir que se vea obligada a coaligarse con Vox, con lo cual le hace un regalo que no interesa a Pablo Casado, ahora que anda en la operación de diferenciarse de Abascal.
Y puede ocurrir que la situación quede como está, escaño arriba o escaño abajo; es decir, haciendo que vuelva a ser obligada la coalición de Ciudadanos y el PP. Y si tal fuese el desenlace, se habría malgastado esfuerzo y dinero para nada. Eso, en política, se llama hacer el ridículo. Antes de meterse en ese carajal, yo intentaría la solución clásica: cargarse a los liantes. Y si eso no es posible, taparse la nariz, aguantar y tratar de llevarse bien. Si el riesgo es mayor que la ventaja, Virgencita que me quede como estoy.