Es que la teoría nadie la explica más y mejor que el presidente. Desde que leyó lo de los Pactos de La Moncloa, e incluso antes, no hay homilía en la que no predique las bondades de la unidad, bajo el eslogan de "esta guerra la ganamos entre todos", y esta semana lo va a intentar con la llamada a La Moncloa. A ver si la prepara mejor, porque hasta ahora los resultados han sido escasos.
El jueves hizo la extrañísima maniobra de atacar al PP y su portavoz Adriana Lastra la más extraña todavía de insultarlo. Parecía que no buscaba su adhesión, sino que lo incitaba a lo que María Jesús Montero llama "autoexclusión". Otros de los llamados al gran acuerdo son los presidentes autonómicos, y los no socialistas salieron de la reunión más cabreados que encantados. Aquí no hubo agresiones verbales, que sepamos, pero sí imposición, palabra utilizada por Urkullu.
El presidente no tuvo el detalle de la auscultación previa en busca de complicidad. Llegó a la junta con una decisión tomada, la comunicó como un decreto, invocó la unidad y la lealtad, pero, ay, ignoró que los barones deben demostrar ante sus parroquias que son escuchados y deciden en Madrid, que eso estudian en primero de Autonomía. Suspenso en el práctico, Alsina. Y, si no se aprueba el práctico, no hay licencia para conducir. El coche, desde luego. Y ya veremos si el país.