Ante ese principio, caen todos los demás, empezando por el derecho al trabajo, que también cae ante la hibernación económica. Si la libertad de movimientos provoca contagios, no queda más remedio que limitarla, aquí y en cualquier país, democrático no. Lo que está en cuestión es el método: o estado de alarma o legislación ordinaria. Es decir, Ley Orgánica de la Salud Pública, con las reformas necesarias para que el confinamiento pueda ser local, regional o nacional.
Esa fue la propuesta de Alberto Núñez Feijóo, que asumió más tarde el presidente nacional del PP y ahora anuncia la vicepresidenta Carmen Calvo. Lo que añade la señora Calvo es que se necesita tiempo para esa reforma y para ello se pide un mes más de alarma. Ante esto, me alegra una cosa: es posible el acuerdo.
Y me inquietan otras dos. La primera, la falta de generosidad del Gobierno para decir que acepta la idea de Feijóo, que no se caen los anillos por reconocer ese derecho de autor y eso suavizaría la tensión. La segunda, que estamos condenados a imprevisibles confinamientos como el actual, pero con otra ley. Es decir, el Covid habrá desacralizado la libertad de movimientos. Y la conclusión, así de vulgar: aunque la alarma de vista de seda, alarma se queda.
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