Ayer he visto en el Congreso a un constructor de emociones con un recurso tan sencillo como contar lo que ocurre en su casa:niños con su nombre a bolígrafo en la espalda, el 90 por ciento de los edificios destruidos en las ciudades atacadas.
Lo hace llanamente, sin tono melodramático, pero con la fuerza de la denuncia histórica:quieren destruir la posibilidad de que Ucrania sea una democracia abierta. Y lo hace con el ejemplo que en cada país conmueve la memoria y la conciencia: en España, abril del 37, Gernika, el bombardeo, la legión Cóndor, un pueblo masacrado. Así trata Putin a su país.
Zelensky quizá sea el Picasso que pinta sin pinceles, con un discurso sin adjetivos, el grito final de “Gloria a Ucrania”. Zelensky es el apóstol de las nuevas tecnologías que predica su verdad por los Parlamentos del mundo. “No tengáis miedo”, viene a decir imitando a un Papa. “La democracia no tiene por qué tener miedo”.
Zelensky es el último hombre con aureola de héroe, que a veces se disfraza de mendigo, para ir de puerta en puerta pidiendo la limosna de un apoyo a su dignidad, reclamando castigo al invasor.
Y ayer he visto cómo la crueldad y la infamia crean unidad política porque el testimonio, calificó Sánchez, fue estremecedor. El aplauso de todos, menos cuatro contados, tuvo también su valor histórico: ayer fue el día en que España dijo adiós a su neutralidad. Una neutralidad que alguien acaba de definir como “fofa”. Fofa: esponjosa, blanda, sin densidad ni solidez.