Cuando hay un enfermo muy enfermo, los familiares y los cronistas de lágrima fácil nos ponemos tiernos: ahí está, decimos, ahí está luchando heroicamente por la vida. Pues eso le ocurre al ilustre y nunca bien valorado enfermo Pablo Casado Blanco: lucha denodadamente contra su anunciada muerte política y contra todos los dictámenes médicos.
En su entorno más querido le dicen: tiene ganas de vivir y quien tiene ganas de vivir, vive. Y así, en vez de pedir que lo desconecten, pide que lo mantengan conectado una semana más. Para los que esperan a la puerta de la UCI es una eternidad; para él es el tiempo del milagro: a ver si se controla la pérdida de sangre que dijo Díaz Ayuso; a ver si funciona algún antibiótico contra la infección generalizada; a ver si lo salva algún barón…
Los partes médicos hablan de extrema gravedad. Pero él, insisto, tiene ganas de vivir. Tiene en su retina la manifestación del domingo e imagina a la prensa como Pilatos ante la turbamulta: ¿a quién preferís a Jesús o a Barrabás? Y la turbamulta responde “a Barrabás”. “Dice no sé qué de Barrabás”, apunta una enfermera. “Son alucinaciones”, explica el cirujano. En una esquina del quirófano, Feijoo habla de última decisión y el equipo entiende “ultima voluntad”.
Y esa es la respuesta a tu pregunta, querido Alsina: el diagnóstico no puede ser peor. Un hombre que se agarra la vida, pero le empiezan a fallar los signos vitales. La respiración es asistida. Difícil la recuperación.