Ya sabes que este cronista nunca se atreve a juzgar intenciones. Pero sabes también que en política, lo que parece, es. Y si parece que el presidente quiso colgarse una medalla, como tú dices, o quiso hacer un acto de propaganda, posiblemente sea eso. Por lo menos, así lo han entendido quienes no quisieron participar en la ceremonia. Y no han querido hacerlo las asociaciones de víctimas, ni los partidos de oposición, ni los anteriores presidentes del gobierno. Cada uno tuvo sus razones.
Las víctimas, porque están irritadas por los acercamientos de presos al País Vasco y los acuerdos con Bildu. La oposición, porque se niega a enaltecer algo tan sensible, si beneficia a los actuales gobernantes. Y me interesan especialmente las ausencias de Felipe González, Zapatero, Aznar y Rajoy. Sospecho el motivo: piensan, porque además es cierto, que cada uno de ellos y sus gobiernos hicieron mucho por elfinal de ETA y no se prestan a que parezca que Pedro Sánchez, el último en llegar, se apropie de un acto simbólico de la apisonadora que aplasta lo único que quedaba, que son las armas utilizadas para matar.
Personalmente estoy entre la celebración y la tristeza. Celebración, porque del terror no quedan ya ni las pistolas. Tristeza, porque se acabó aquel consenso no escrito del pudor que no atribuía a nadie concreto la victoria y decía con grandeza que esa victoria había sido del Estado de Derecho: de las sufridas Fuerzas del Orden, de la Justicia y de la ley.